La soledad es hoy un tema recurrente en el consultorio, sin importar si uno se encuentra acompañado o no, ya que hay numerosas formas de sentirse solo.
Vivimos en un mundo tecnológicamente sobredimensionado, tenemos cientos de contactos en Facebook y otros tantos seguidores en Twitter, vamos a múltiples reuniones, estamos rodeados de personas todo el día ya sea en el trabajo, en el club, o bien, con nuestra propia familia pero no podemos sacarnos esa sensación de vacío y de frustración. Sin ánimo de generalizar, creo que esto en algún u otro momento lo hemos sentido todos.
¿Y qué hacemos cuando sentimos esa sensación de soledad? Tratamos de evadirla, esquivarla. Vamos al cine, leemos un libro, pintamos un cuadro, armamos salidas con amigos o conocidos, cambiamos el auto… en definitiva de una u otra manera nos llenamos de «ruidos». Ahora bien, ¿qué pasa cuando lo hemos intentado todo pero solo obtenemos resultados momentáneos? Entramos en un círculo de «distracciones permanentes» para mantener lo más alejado posible esa sensación que vuelve ni bien perdemos el control sobre ella.
Entonces ¿qué podemos hacer? Por empezar darnos cuenta que esto está sucediendo. Existe una falta de profundidad en las relaciones, nos conectamos, intercambiamos información unos con otros pero ¿nos comunicarnos verdaderamente con los otros que nos rodean?, es más, ¿somos capaces de enfrentarnos a un real encuentro con nosotros mismos?
Porque esa es la primera relación que tenemos que aprender a entablar: La relación con nosotros mismos. Con ese «nosotros» genuino, el verdadero, ese que quedó escondido debajo del que creemos ser. De eso se trata entonces, de encontrarnos con quien somos, aprender a descubrir que queremos, que es lo que realmente nos gusta o deseamos, buscar lo que nos hace felices y desde ahí, desde un lugar de autenticidad para con uno mismo, redimensionar nuestras relaciones y decidir con libertad de que manera queremos vivir nuestra vida.
Incluyendo el querer «estar solos» pero ahora sí, como elección. Encontrando una soledad que no nos empuja al vacío sino un lugar donde nos da alegría estar porque se ha convertido en un espacio de intención y potencia, un espacio donde hemos descubierto «la capacidad de estar solos». Un espacio que nos permite reencontrarnos con nosotros mismos y así lograr vínculos profundos con los demás que nos hagan sentir plenos.