Todos sabemos que las emociones básicas tales como el miedo, la ira, el asco, la alegría, la sorpresa, forman parte de nuestra carga genética. No se trata, entonces, de intentar anular nuestras emociones, ya que gracias a muchas de ellas llegamos hoy a donde estamos. Es decir, gracias a la plasticidad que tienen las emociones, logramos adaptarnos al mundo que nos circunda.
Sin embargo, cuando en el transcurso de nuestra vida pasamos por experiencias que nos han hecho sentir atemorizados, amenazados, vulnerables o tristes, sentimos emociones que no podemos o pensamos que no podemos controlar.
Emociones como: envidia, celos, rencor, que son dañinas y nocivas tanto para nosotros como aquellos que nos rodean, de ahí su denominación de tóxicas.
Cuando nos apremia alguna circunstancia, surgen de forma automática, antecediendo a nuestra capacidad de pensamiento, lo cual hace que evaluemos la realidad que nos envuelve a través de percepciones que están teñidas del color de la emoción que surge en ese momento.
Estas emociones, lejos de acercarnos con aquellos que nos rodean, nos alejan, creando así, un circuito donde nos vamos sintiendo cada vez más vulnerables, lo cual a su vez acrecienta la emoción que nos daña y así en forma recurrente, hasta llegar a encontrarnos cada vez más solos. Por lo tanto, es necesario, intentar detener este circuito, en cuanto nos damos cuenta de que se puede activar.
Para ello tenemos que emplear tiempo en conocernos, prestando mayor atención y esfuerzo para identificar, primero la situación que origina la emoción que nos lastima, de manera tal de poder mantenernos alejado de ella.
Si esto no resultará posible, intentar observar cual es nuestra actitud frente a ella, evaluar nuestras reacciones e intentar generar nuevos caminos para poder demostrar aquello que siento desde otro lugar menos dañino para aquellos que nos rodean y sobre todo para nosotros mismos.
Hagamos, entonces, nuestro mayor esfuerzo para discernir con claridad aquella emoción que nos perjudica, para así, poder transformarla en una emoción que nos beneficia, como por ejemplo: la alegría.