Detenernos y darnos cuenta

Vivimos una vida de mucha exigencia. El contexto nos pide cada vez más y nosotros sentimos que tenemos que responder a todo a la vez: trabajo, estudio, pareja, hijos.

Si bien tratamos de organizarnos e intentamos delegar alguna de nuestras tareas, solemos pensar que solo nosotros podemos hacer las cosas correctamente, dando como resultado, una agenda sobrecargada que nos obliga a estar en movimiento continuamente, haciéndonos cada vez más vulnerables al estrés.

Si bien una cierta cantidad de estrés puede ser beneficiosa para permitirnos encarar las tareas diarias, presiones sostenidas en el tiempo o muy intensas pueden generarnos un desequilibrio que rápidamente se manifestará tanto en nuestro estado emocional como en nuestro cuerpo.

Empezaremos a sentirnos ansiosos, irritables, por momentos impulsivos o por el contrario nos sentiremos tristes o deprimidos. Habrá días que se nos dificultará conciliar el sueño y otros que no tendremos ganas de levantarnos. Nuestro cuerpo también empezará a darnos signos de lo perjudicial que es estar siempre apurados sin tener tiempo para descansar y relajarnos. Dolor de cabeza, tensión muscular, palpitaciones, falta de aire, presión arterial elevada, sentirnos débiles y fatigados, reacciones alérgicas, comer, beber o fumar en exceso. Estos son algunos de los síntomas que se nos pueden presentar cuando nos sometemos a un continuo y exigente movimiento. Muchas veces se recurre a medicamentos que nos permitan seguir cuando en realidad tenemos que hacer todo lo contrario: Detenernos.

La buena noticia es que esto se puede lograr, si tomamos todo lo antedicho como señales, para cuestionarnos por qué hacemos lo que estamos haciendo. Dando así el primer paso que es darnos cuenta: como, porque y para qué vivimos así.

Empecemos a conocernos y comprender así cuáles son nuestras verdaderas necesidades discriminando cuales son las más importantes para no sobrecargarnos con actividades innecesarias.
Aprendamos a decir “ no”, resolver los problemas a medida que se nos presentan sin adelantarnos a lo que puede pasar, poner freno a los pensamientos que se nos imponen, aceptar que los cambios son parte de la vida, que las metas a lograr son las posibles y no las ideales, que no somos perfectos, que no podemos hacer todo solos y es bueno pedir ayuda.
Démonos espacio para conectarnos en profundidad con nuestro interior y descubrir aquello que logre brindarnos equilibrio, armonía y bienestar. Esto nos permitirá relacionarnos mejor no solo con nosotros mismos sino con nuestro entorno. Aceptemos este desafío.

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